Mi miquito nació el 2 de marzo a las nueve y
cuarto de la noche. El día fue intenso pero al final todo el esfuerzo valió la
pena.
A las dos de la madrugada del día 1 empecé a
notar que el peque se movía mucho y me pareció muy raro porque él por las
noches no se movía. Fui al baño y al limpiarme tenía un poquito de sangre.
Saltaron todas las alarmas en mi cabeza, justo ese día salía de cuentas. Tuve
ganas de salir corriendo a urgencias pero mi marido le puso el punto de cordura
al asunto: “¿tienes contracciones? NO. Pues a la cama que eso es el tapón
mucoso”. Así era, mi parto estaba al llegar.
Después de toda la noche sin pegar ojo y
dando paseos de la cama al baño por fin amaneció y entonces empezó a correr por
mis piernas un liquidito, pero muy poco,, solo cuando me movía. En ese momento
yo no podía estar más perdida, y mira que te preparan y te lo cuentan, pues yo
pensaba que romper aguas era algo más escandaloso. Llamé a mi matrona y le
conté como estaba la situación, ella, que lleva más de cuarenta años ejerciendo
me dijo “tú tranquila, a las doce te vienes”, a todo esto, eran las ocho de la
mañana. Me puse a dar paseos por la casa y apunté las mini contracciones (digo
minis porque luego vinieron las de verdad), di saltitos en la pelota de Pilates,
comprobé que no faltaba nada en la bolsa y así, poco a poco, fue llegando la
hora.
A las doce y cuarto estábamos en el sanatorio.
La matrona me miró y dijo “pues sí, la bolsa se ha roto y te quedas ingresada”
VIVA!!! Llamé a mi madre: “mamá, tranquila que vamos para largo, no vengáis ya”.
A la una estaban allí .
Como casi no había dilatado, la matrona, para
darle vidilla al asunto, me puso una especie de tampón y entonces empezó la
fiesta. Empecé a sentir ese dolor tan peculiar que yo definí como “parece que
me están arrancando las tripas lentamente” y me agarré a la mano de mi marido
como si me fuera la vida en ello. Mi madre y mi padre me miraban desde el sofá
con cara de circunstancias y cuando ya no pude aguantar más el dolor, me
pasaron a dilatación.
Allí apareció un ángel llamado anestesista e
hizo magia potagia y el dolor desapareció, “ahora lo ves, ahora no lo ves”.
Vaya invento la epidural!! Desde aquí gracias de corazón al que la inventó!
Las horas fueron pasando y la matrona cada poco
me metía la mano para colocar al miquito, que cada vez que notaba que le
tocaban la cabeza se subía a mi garganta. El anestesista cada poco entraba y me
ponía un bolo de epidural. La matrona, que era un encanto, dejó pasar uno a uno
a mi madre, a mi suegra, a mi hermano... Vamos, al que quiso entrar.
Antes de las nueve apareció mi ginecólogo, el
celador, la auxiliar y el pediatra. Entonces empezó la fiesta.
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